domingo, 3 de mayo de 2009
Todo lo anterior, pretende demostrar el carácter perverso de la tecnología, sin embargo es un hecho que, el mundo en que vivimos es, en palabras de Ramón Grosfoguel, un sistema-mundo Europeo/Euro-norteamericano moderno/colonial capitalista/patriarcal, es decir, un proyecto orientado a totalizar la modernidad occidental que si bien no se ha instaurado coherente y completamente en el mundo, ha adoptado formas híbridas o sincréticas en nuestras sociedades subalternas -proceso dentro del cual se encuentra nuestra tradicional copianderia y adopción de perspectivas eurocéntricas de conocimiento- y que ha logrado estructurar un sistema dentro del cual nos formamos, trabajamos, hacemos vida y dentro de los cuales, utilizando hasta cierto punto sus propias herramientas (contra-hegemonía), podemos adoptar posturas críticas que podrían definir el rumbo de la alteridad, hacia otro mundo posible. Los aportes de Gramsci y su concepto de Hegemonía, y con él los de Marx, siguen siendo de gran utilidad para comprender, como las relaciones de dominación y explotación de una minoría sobre grandes mayorías, pueden llegar a ser aceptadas como normales, como “el orden del mundo”, en virtud de los procesos de armonización y naturalización implementados sistemáticamente por las clásicas instituciones de la sociedad civil (Iglesia, Escuela, Medios de Comunicación (aunadas ahora a la Internet)). En este sentido, la naturalización del discurso hegemónico del neoliberalismo se debe en gran parte a la particular articulación, por una parte, de las dualidades radicales de la modernidad (Barbarie-Civilización) con la idea del progreso lineal como mitos fundacionales del orden en que vivimos; y por otra, la articulación entre el llamado conocimiento experto (que pretende monopolizar toda competencia cultural) con el capital y las estructuras administrativas del Estado. Es en este sentido que debería entenderse la tecnología. Como tecnología moderna y por lo tanto vinculada intrínsecamente al capitalismo, a las estructuras de poder y las instancias de la sociedad civil, encargadas nada menos que de, a la dominación política, sumarle la imprescindible dirección intelectual y moral como conducción de la sociedad hacia la “cohesión social” o, “el armónico bloque histórico”, como nefasta concordia capaz de llevar la humanidad hacia su completa perdición. No obstante, en Venezuela, país joven caracterizado por ser una compleja trama de tradición y modernidad, es posible adoptar y adaptar la modernidad en un sentido distinto no capitalista, lo que implicaría implementar políticas orientadas a deslastrar a la modernidad y su tecnología de su vinculación capitalista, lo que se traduce en un arduo, permanente y complejo trabajo para lograrlo. Esto significa, entre otras cosas, democratizar la tecnología de potencial emancipatorio y liberador, así como concienciar a la población en su conjunto sobre el uso prudente y sensato de la técnica, de manera de ponerla al servicio del ser humano, y no convertir al ser humano en un objeto de la técnica, consecuencia ésta de un sistema, de una economía como universo enajenado, para el que la gente ha trabajado y trabaja, sin que se haya logrado poner dicho sistema al servicio de la gente.
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